jueves, 12 de junio de 2008

Religión II. La infancia de un descreído.

Nuevo colegio, nueva ciudad y nuevas costumbres religiosas.

Bueno, mas bien mi iniciación en las costumbres religiosas, la primera novedad fue que había que rezar al empezar las clases pero como no sabía hacerlo murmuraba por lo "bajini" con cara compungida.
La segunda fue el catecismo, y reconozco que me fascinó, qué gran cantidad de cosas que había que hacer para ser cristiano, descubrí que la religión era algo más que un señor del cielo que te vigilaba y otro en la tierra diciéndote que ibas a ir al infierno. Había que tener cuidado con los pensamientos, las palabras y las obras pero sobre todo con la carne, suponía que por las miasmas. Aunque hubiera sólo diez mandamientos parecían cien. Atosigado por tanta información, lecciones, pecados capitales, veniales, virtudes teologales, oraciones credo, y hechos de nuestro señor terminé por aceptar sin más que todo lo que me decían era verdad sin pensar demasiado en ello.
Por aquel entonces vi una película de guerra en la que el protagonista envolvía en piel de cerdo a los cadáveres de los rebeldes musulmanes para someterlos, no sabía que era un musulmán, pero me pareció que no estaba bien hacerle eso a nadie. También empezaron a echar una serie sobre el holocausto judío en la II guerra mundial, lo relacioné con lo de la película y me di cuenta de que había varias religiones, y que sus fieles se mataban entre ellos. Mas tarde, al descubrir gracias a mis insistentes preguntas a todo adulto que se me ponía a tiro que adorábamos al mismo Dios, me quedé estupefacto. Poco depués cayó en mis manos una edición para niños de las Mil y una noches, empezaba con la invocación, "En el nombre de Dios, clemente y misericordioso. etc." eso y la lectura de los cuentos me confirmó que se trataba del mismo dios, aunque le adorasemos de forma distinta y empecé a desconfiar de la clase de catecismo.

Fue pasando el tiempo y un día me invitaron a una primera comunión, tenía que llevar un regalo, así que supuse que era algo como un cumpleaños. Había que ir a misa, como quiera que no había ido en un tiempo me sentí bastante ridículo intentando pasar desapercibido, murmurando entre dientes sonidos parecidos a oraciones, y levantándome, sentándome y arrodillándome a destiempo. Fue un alivio cuando acabó y nos fuimos a la fiesta. Pregunté el porqué de la fiesta y me explicaron que era para celebrar que mi amiguito tomaba por primera vez la ostia. Recordé los juramentos ocasionales de mi padre y un vértigo de confusión se abalanzó sobre mi. Aún así, viendo la cantidad de regalos que recibía el celebrante yo también quise tener una comunión. Mis padres se hicieron los locos. Pasados un par de años y viendo que estaba en pecado por no comulgar, decidí junto con mi primo que lo mejor para salvar nuestras almas era comulgar por nuestra cuenta aprovechando que era la comunión de otro amigo. En la fiesta lo comentamos y descubrimos que habíamos cometido un gran pecado al intentar salvar nuestras almas sin la previa confesión. Abatidos por la perpectiva de la condena eterna, y abandonada toda esperanza de salvación, y un tanto sorprendidos de que no nos hubiera fulminado un rayo decidimos abandonar la religión.
Mi cobardía natural me hizo recaer más tarde en la religión, pero eso ya fue de adolescente, y a esas edades todo vicio es entendible como una experimentación.

3 comentarios:

Raymunde dijo...

Lo que más me gusta son los spaghettis de las etiquetas, juajuajua!!!
¿Qué hacen allí?

Saludicos de merienda rica

Fonsito dijo...

Es por mi nuevo credo, ahora mi dios es el Colosal Espaghetti Volador del espacio. Como hablo de religión, supongo que está justificado :P

Raymunde dijo...

Oye, si le llegas ante él, díle que en mi casa se le venera a tope!! Es que nos alimentamos a base de espaguettis, jejejejeje!!!!